El Improvisador improvisaba en un improvisado escenario callejero acerca de la improvisación. Multitudes se reunían, sorprendidas por la calidad de sus exposiciones. Aplaudían a rabiar y, de cuando en vez, dejaban algunas monedas como retribución a tamañas improvisaciones. Aunque también estaban los Estafadores de Siempre, que improvisaban dinero con piedras o tapitas de Coca-Cola.
El Improvisador ganaba poca plata, pero muchas mujeres. Cada día, al terminar sus disertaciones, algunas jóvenes se le acercaban en busca de un beso improvisado al ocultarse el atardecer. Se convirtió así en un galán que improvisaba diferentes discursos amorosos a su amante de turno. Muchas de ellas, enloquecieron por tanto amor improvisado.
Los Muchachos de la Esquina quisieron imitar al Improvisador, pero no tuvieron en cuenta que se trataba de talento innato y no de una táctica para conquistar mujeres. De modo que muchos de ellos terminaron, en el mejor de los casos, rogándole a la prima fea de algún desconocido que le diese un beso debajo de un naranjo. Su fama fue creciendo y las señoras casadas se bañaban, perfumaban y pintaban con la ilusión que el Improvisador pasase por su vereda y les improvisase un piropo. Inclusive, algunos adolescentes cambiaron la escuela por las improvisadas “Declaraciones de amor para las rubias” o por las “Instrucciones básicas para romper una relación frustrada”, temática que sus seguidores solían pedir que sea tratada. Algo que podría haberse tornado repetitivo, si no fuese por la poca memoria del Improvisador, que al día siguiente no recordaba lo dicho la tarde anterior. Eso le trajo infinidad de problemas con casi todas las mujeres que pasaron por su vida quienes, desconcertadas, no entendían cómo habían pasado de ser “el amor de su vida” a un simple espécimen del sexo opuesto al que veía “sólo con ojos de amigo”.
Todo ello, hasta que un día el Improvisador se enamoró de una morocha. Fue tanto el miedo que tuvo a perderla (sin antes tenerla) que imploró a los Dioses ser una persona normal. Así fue que, el día de la consumación de la declaración, el Improvisador no pudo improvisar palabra alguna. Y la joven, cansada de esperar que la sorprendiese con al menos una de las improvisaciones de las que tanto había oído hablar, decidió partir con un muchacho que improvisaba un paraguas con una carpeta ante la inminente lluvia.
El Improvisador intentó improvisar parches para el corazón, pero no pudo. Caminó improvisando el recorrido, hasta que la vida le improvisó una muerte y terminó debajo de un colectivo de la Línea 101.