“Por suerte, los suicidios no vienen en envase descartable”, pensó, mientras le hacía un nudo a la soga.
En el galpón, el polvo dejaba suponer el universo en un haz de luz.
“Las asperezas del alma no se liman como las uñas”, se dijo, mientras acercaba el banco de madera.
En el haz de luz, las partículas de tierra parecían estrellas. Infinitas.
Con sólo atravesar la mano, todo se convertía en nada.
“No es bueno correr detrás de uno mismo”, quiso convencerse mientras, subido en el banco de madera, colocaba la soga en su cuello.
La nada implica carencia de todo. Oscuridad. O tal vez claridad absoluta.
“Por eso no me persigo. Y si fuese de ese modo, seguramente ya me hubiese perdido el rastro”, concluyó.
Y corrió el banco con la punta del pie.
Su cuerpo rompió la calma del haz de luz con suaves movimientos pendulares, mientras dejaba de ser para transformarse en nada.
Infinito, como las estrellas.
Agosto/05